El negocio de las mañaneras

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La modalidad única en el mundo de comunicación política instaurada por Andrés Manuel López Obrador en lo que se conoce como “la mañanera”, ha sido útil y funcional para los propósitos del Presidente. Aunque cualitativamente no domina la agenda informativa –aproximadamente siete de los 10 temas que trascienden a la opinión pública son los que plantean los medios–, cuantitativamente domina la conversación, lo que le permite mantener sólido el consenso para gobernar. El ritual de “la mañanera” ha ido evolucionando en la manera como la perciben sus interlocutores y generado una diversidad de estrategias para propósitos diferentes.

En un principio todo era expectativa, que rápidamente viró a ser un espectáculo que generaba angustias y temores, al ser utilizado por el Presidente para ajustar cuentas con individuos o sectores. Desde el atril convertido en patíbulo, juzgó y sentenció a empresarios y empresas, periodistas y medios, organizaciones de la sociedad civil y políticos de oposición, utilizando el terror como método de sumisión. Tuvo éxito con algunos a los que arrodilló, mientras que otros de sus interlocutores comenzaron a imaginarse formas más inteligentes para poder obtener los mejores frutos de la maravillosa oportunidad de tener todos los días durante casi una hora y media al Presidente, respondiendo todo tipo de preguntas.

De esta peculiaridad extraordinaria en la relación permanente con el Presidente, que a la vez generó la certidumbre de que en “la mañanera” siempre atacaría a una persona, organización, negocio o sector que se le atravesara en su estilo de gobernar y su proyecto de cambio de régimen, varios interlocutores comenzaron a analizar y descubrir ventanas de oportunidad para sacar un mayor provecho, más allá de lo meramente informativo, de esas comparecencias públicas. El formato ampliaba las posibilidades.

Periodistas de medios perfectamente acreditados acuden al ejercicio diario, pero una de las innovaciones en “las mañaneras”, comparado con el realizado a principios de esta década cuando López Obrador era jefe de Gobierno en la Ciudad de México, fue la inclusión y participación de personas ajenas a los medios de comunicación, pero que experimentaban con otras formas de comunicarse con la gente. La mayor novedad fue la integración –siempre sentadas y sentados en la primera fila del salón de las comparecencias–, de representantes de medios nativos digitales, todos proclives al Presidente y dispuestos a preguntar cualquier cosa para denostar a sus interlocutores críticos, lanzar lisonjas sin pudor a López Obrador, y hacerle preguntas a modo para que pueda ajustar alguna cuenta pendiente, enfatizar en una idea o desviar la opinión pública de un tema incómodo.

(Tomado de periódico el financiero)


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