Miles murieron pero otros más vieron la luz, por vez primera, ese mismo día, en la ciudad en ruinas

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terremoto1sinembargo.mx.- Este lunes se cumplen 31 años del sismo de 1985 que cobró la vida de más de 6 mil personas, según cifras oficiales, otras estimaciones dicen que fueron 10 mil. El “Jueves Negro”, así fue marcado ese día cuando a las 7:19 horas un sismo de magnitud 8.1 en la escala de Richter sorprendió a millones de mexicanos. Muy pocos piensan que ese 19 también hubo alegrías. Mientras la Ciudad de México estaba sumida en la confusión y la desinformación, nacieron personas que llenaron de júbilo y felicidad a sus familiares.

Por Luis Cobelo

Ciudad de México, 19 de septiembre (SinEmbargo/Vice.com).– Cada 19 de septiembre en México nos cuentan lo mismo: la cantidad de muertos, los daños, el caos y la tragedia del terremoto.

Muy pocos piensan que ese día también hubo alegrías. Mientras la ciudad estaba sumida en la confusión y la desinformación, nacieron personas que llenaron de júbilo y felicidad a sus familiares.

Durante esa mañana la naturaleza fue implacable. Eran las 7:17 horas cuando un temblor de 8.1 grados en la escala de Richter sacudió los cimientos de la metrópolis que para esa época tenía diez millones de habitantes. Muchos aún despertaban en sus camas, otros iban a sus trabajos y los niños se preparaban para ir a la escuela, la ciudad despertaba y el terremoto los pillaba desprevenidos.

La Ciudad de México estuvo aislada del exterior durante cuatro días por una orden presidencial que impidió la entrada de cualquier ayuda internacional por temor a que se supiera la magnitud de la catástrofe. El miedo más atroz que el gobierno tenía era que la FIFA cancelara el mundial de fútbol que se celebraría al año siguiente. Fue un error. Mucha gente quedó atrapada y sin posibilidad de ser rescatada ya que los equipos de salvamento locales no se daban abasto. No existía para el momento un escuadrón con personal suficiente para soportar semejante magnitud de tragedia. Entonces, los chilangos, organizados como un potente batallón de rescate hicieron todo lo que estuvo a su alcance para ayudar y salvar a personas que pedían auxilio desde las profundidades de los escombros.

La solidaridad de la sociedad civil fue más valerosa que cualquier ente gubernamental. Aún así, para cuando llegaron los equipos de rescate del exterior, muchos ya estaban muertos.

El mundial no se canceló.

Han pasado 31 años desde la tragedia y estas personas cumplirán años este 19 de septiembre. Les cantarán “Las mañanitas” y soplarán las velas de un pastel. Todo estará bien. La muerte y la vida están siempre en el mismo escalón de relevancia, cuando naces, lo único garantizado con seguridad es tu muerte.
DANIELA Y JIMENA GARFIAS

“No estábamos planeadas para nacer ese día, pero nos adelantamos”, cuentan las gemelas Jimena y Daniela Garfias.

Sólo un minuto de diferencia separa su salida al mundo: Daniela nació a las 6:28 y Jimena a las 6:29 de la tarde.

Alicia, su madre, me cuenta: “Su nacimiento no debía ser hasta la primera semana de octubre, pero el temblor lo cambió todo. Esa mañana estaba sola en nuestro departamento en un séptimo piso en la Colonia Polanco. Ahí se sintió pero no tanto como en otros barrios. De hecho, yo no pensé que había sido tan grave. Después de eso no pude localizar a nadie de mi familia. No había radio ni televisión y mi esposo había llevado a mi otro hijo al colegio.

Después de algunas horas la angustia me provocó contracciones y rompí fuentes. Sola, bajé como pude las escaleras a buscar a alguien que me ayudara a llegar al hospital Santa Mónica, muy cerca de mi casa. Mi marido llegó en ese momento y conseguimos un auto que nos trasladó. Tardamos dos horas en llegar, más o menos, y eso que quedaba al lado.

En el trayecto pude ver que todo era un desastre. La gente gritaba y caminaba como perdida. Una vez en el hospital, no había mucho personal porque muchos no pudieron llegar y otros buscaban a sus familiares. La enfermera que me atendió lloraba porque no sabía nada de sus padres que vivían en el centro, pero su vocación la hizo estar a mi lado.

Nunca supe si sus padres fallecieron. No había luz en el lugar. Después de mucho rato llegó mi doctor y me metieron al quirófano. Me durmieron de la cintura para abajo. La luz se iba y volvía, era como un sueño no deseado.

Daniela nació bien pero Jimena estuvo muy delicada. Esa noche estuvo muy grave pero se recuperó. Fue un momento muy triste, me llevó cerca de cinco años superarlo hasta que empecé a festejarles sus cumpleaños. Vi a muchas madres perder a sus hijos y eso me hizo sentir especial y bendecida. Siempre les he dicho a las muchachas que den el 100 por ciento, porque por alguna razón poderosa ellas vivieron”.

SAÚL QUIÑONES Y URIEL DEL ÁNGEL

Los padres de Uriel vivían en la calle Mesones, en el centro de la ciudad. Su padre, José Carlos Del Ángel llevó a su madre, la señora Patricia, en la madrugada del 19 a la Clínica del Seguro Social al tener los primeros síntomas de parto. La dejó instalada en una habitación. Regresó a su casa y mientras se bañaba para regresar a la clínica, sintió el terremoto. Se vistió como pudo y salió hacia el hospital, al que tardó más de cuatro horas en llegar a pie.

“Yo debía nacer en la mañana pero por causa del temblor fue por la tarde. Mi padre estaba feliz porque yo iba a nacer, pero veía a los muertos y heridos, y no sabía cómo ponerse. Fue muy impactante.

Los siguientes días asistieron a muchos velorios conmigo en brazos. La gente los felicitaba mientras lloraban la pérdida de los suyos. Para mí es un día de júbilo. Mis amigos siempre me recuerdan y me llaman. No me gusta que se me recuerde por las muertes, ¿pero qué le voy a hacer? Es mi cumpleaños, es motivo para sentirme feliz, ¿no?”, cuenta Uriel.

Saúl nació a las diez de la mañana en el Sanatorio Montes de Oca. Estaba programado para las siete, pero los doctores no llegaron a tiempo para asistir a su madre Rosaura. “Las enfermeras de guardia fueron las que ayudaron a mi madre a dar a luz”, platica.

Para Saúl, haber nacido en ese día “es especial porque todo el mundo se acuerda de tu cumpleaños, no es igual a haber nacido un 20 de mayo. Mi vida ha sido particular. Todo el mundo te llama ‘niño terremoto’ y cuando tiembla me dicen que ya me encabroné. Siempre es padre que te puedan recordar más allá de un evento tan dramático, es algo que me va a acompañar hasta la muerte”.

JESÚS GARCÍA LÓPEZ

Jesús nació a las 6:25 de la mañana. Su madre, Manuela, recuerda que se llevaron al niño para limpiarlo. Entonces llegó el terremoto. “Todo se caía y todos corrieron a salvar sus vidas. A mí me cayó un pedazo de techo encima de la pierna y la mano izquierda que me hizo perder el pulgar. De ahí me rescataron a las tres de la tarde y me llevaron a otro hospital. No supe nada del niño, pensé que había muerto”, cuenta.

Después de tres días, Jesús fue rescatado junto a casi 50 niños más. Otros 92 murieron en el lugar. Estaba muy mal herido. Un ácido, probablemente de una tubería, le quemó el oído derecho y un brazo, y un trozo de concreto golpeó su cabeza, dejándola casi plana. En los siguientes meses tuvo dos operaciones de vida o muerte. Lo salvaron, pero todo el trauma le produjo ataques epilépticos de por vida, que no le impiden trabajar como empleado de limpieza en unas oficinas.

Fue hasta diciembre que Manuela supo que Jesús estaba vivo. “Lo que me salvó fue que nunca perdí la cinta con el nombre de mi madre que tenía en la muñeca, no me la quitaron”, dice Jesús. Manuela, que seguía en recuperación, entregó al niño al cuidado de unos amigos. En febrero de 1986 lo pudo recuperar completamente.

Le pregunto a la señora Manuela por el padre de Jesús. “Nunca supimos nada más de él después de ese día. No sabemos si falleció o simplemente desapareció del mapa”.

ROSA GARCÍA

Rosa nació a las 12:30 en el Hospital Español. Su madre, María de Lourdes, recuerda que fue un día de mucho caos. No la podían atender porque todas las salas de urgencias estaban abarrotadas. Tuvieron que pasarla al quirófano junto a decenas de personas que llegaban heridas. Cuando Rosa nació, la llevaron a otra sala y estuvo muchas horas aislada mientras su madre estaba sola. Veía a la gente correr desesperada de un lado a otro y no sabía nada de su bebé. Al final de la tarde, junto a su marido, la encontraron y no se separaron de ella.

Rosa me dice: “Siento mucha tristeza de que un terremoto tan fuerte sucediera el día en que nací. Aunque puede sonar superficial, cada vez que tiembla siento emoción y adrenalina, pero no tengo miedo. Siempre me sentí diferente. Me dicen ‘niña terremoto’ porque soy muy temperamental y muy huraña, quizá porque estuve aislada mucho tiempo cuando nací en medio de todo ese caos. También soy pesada, estricta, caótica y perfeccionista. Mi cumpleaños está repleto de simulacros, es feo, pero no me causa conflicto. Suelo decir para mí que la tierra se emocionó porque nací, es algo que suena raro pero es que es así. Muchos estaban llorando pérdidas y mis padres, a pesar de la angustia que sufrieron, estaban felices”.

También ha recibido comentarios negativos y burlas. “Una vez me dijeron que la tierra se enojó tanto porque había nacido y prefirió matar tanta gente porque yo era el anticristo. Otros me han dicho asesina y que por mi cuerpo corre mucha sangre. La verdad es que una de las cosas que me sale bien es aconsejar a la gente que ha sufrido daños emocionales como abortos o maltratos. Me siento capacitada para ayudar a los demás y darles calma. Tengo una premisa: si no vas a hacer algo bien ni siquiera lo intentes”.
EL NIÑO TERREMOTO

Su historia es una de las más dramáticas que se conocen del terremoto del 85. “Yo nací entre los muertos”, empieza Jesús su relato. El edificio donde vivía toda su familia cayó desplomado donde se encuentra actualmente la famosa Plaza Garibaldi.

24 personas de su familia quedaron atrapadas y todas murieron, incluída su madre, Martha Cruz Medina, embarazada de siete meses y medio de él. La abuela de Jesús, Brenda, salió poco antes de las siete de la mañana a comprar cosas para el desayuno, cuando la sorprendió el sismo. Corrió hacia donde estaba el edificio y lo vio derrumbado. Los días posteriores, sólo regresaba con la esperanza de que sacaran con vida a alguno de sus hijos, sobrinos o hermanos que habían quedado sepultados.

Al cuarto día ya no existía posibilidad alguna de recuperar a alguien con vida. Traspasó la zona acordonada y ella misma encontró el cuerpo de su hija Martha entre los escombros. Los rescatistas ya se habían ido, Brenda se acercó y notó que en su vientre algo todavía se movía. Sin pensarlo y confiada en que lo que estaba haciendo era lo mejor, tomó una navaja de afeitar y cortó el vientre de su hija, sacó al niño, con una pizca de vida aún, y lo metió en una caja de zapatos. Lo entregó al personal de la cruz roja que estaba cerca y lo llevaron a un hospital cercano donde estuvo en una incubadora hasta que se recuperó.

Su vida desde ese momento no fue fácil. La señora Brenda, abrumada por la muerte de todos sus familiares y por la precaria situación económica que atravesaba, varias veces intento suicidarse, cortándose las venas sin éxito, incluso una vez se quiso lanzar a las vías del metro con el niño en brazos. Buscaron ayuda de todas las formas posibles, en periódicos aparecía junto al niño, que ya para el momento empezaron a llamarlo “El Niño terremoto” pidiendo donativos para seguir adelante.

Su vida dio un giro de 180 grados cuando el candidato Carlos Salinas de Gortari, en carrera por la presidencia en el año 1988, supo de él y lo ayudó. La fidelidad de Jesús por el partido político de Gortari se convirtió en devoción. Ahora el “joven terremoto”, ayuda a personas sin recursos a conseguir sillas de ruedas, medicina y ayuda médica desde un despacho en la terraza de las oficinas del PRI en la Ciudad de México. Añade: “Muchos me cerraron las puertas y otros me las abrieron. Lavé pisos y tuve una infancia de muchas carencias. Hoy puedo decir que sobrevivir valió la pena, gracias a mi madre que me mantuvo con vida en su cuerpo muerto, y a mi abuela que generosamente me ayudó a nacer. Dios es grande”.

PAULINA GUZMÁN

Nació a las ocho de la mañana en el Hospital de México.

Cuenta lo que su madre le dijo: “Mi mamá empezó a tener contracciones de madrugada y le recomendaron irse al hospital. Ahí fue donde sintió el temblor. Poco de lo que comenzó a saberse de los daños en la ciudad fue por radio. Decían que se había caído el edificio Chihuahua en Tlatelolco, donde vivían sus padres, cuando en realidad fue el Nuevo León. Eso la alteró tanto que empezó su trabajo de parto. Luego se tranquilizó al saber que no fue ése el edificio que cayó. Mi madre recuerda muchos gritos porque estaba encima de la parte de urgencias. Ese día no llevaron a mi hermano a la guardería, que cayó y murieron casi todos. Una amiga de mi mamá fue encontrada abrazando a sus dos hijos en los escombros”.

Hasta hoy, la vida de Paulina está marcada, me confiesa, por un episodio dramático. “A los 20 años fui por primera vez con un sicólogo a hablar de un problema de abuso sexual por parte de un compañero de trabajo. En las conversaciones recordé algo terrible que acarreaba desde chiquita: mi padre había abusado sexualmente de mí cuando era una niña. Eso hizo que me marchara de mi casa. Me independicé y mi vida es mucho mejor ahora. Me di cuenta que puedo superar las adversidades y que tengo muchas cosas por hacer, como ayudar a la gente a superar sus problemas. Por eso me hice sicóloga”.

CÉSAR LÓPEZ FUENTES

Nació a las 8:13 am.

Haber nacido ese día para César es normal. “Conmemoro el día con respeto por los que cayeron, pues es un día que marca la conciencia de la ciudad antes y después, pero también es mi cumpleaños, motivo de celebrar. Es lindo y muchos lo recuerdan por el terremoto y me felicitan, es difícil de olvidar”.

Le pregunto a Diego, su hijo de ocho años de edad, si sabe que su padre nació el día que hubo un fuerte terremoto en la ciudad. Se le ilumina la cara como si sintiera orgullo, le digo que de no haber nacido su padre, él no estaría aquí, y busca la mirada cómplice de César que le corrobora lo que le comento. Le dice que también murieron personas y que aunque es un día alegre para ellos, para otros es triste, y concluye: “Es parte de la vida, hijo”.


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